Calamarí




Calamarí era una revista que editaba un partido político local formado por un grupo de personas de Cartagena y de la comarca, que se presentaron a las elecciones entre 1999 y 2003 con un discurso reivindicativo de la “identidad Carthaginense”, provincialista, y cantonal en el sentido antiguo. Yo les hacía las fotografías que acompañaban a los artículos, las portadas y contraportadas, postales, la maquetación de algunos números (salieron 8 o 9), algunos textos e incluso las “campañas electorales”. Fue una publicación bastante popular en algunos ámbitos de Cartagena; se distribuía de forma gratuita y llegaba a sitios interesantes, pero tanto las aportaciones para la edición como muchas de las colaboraciones, incluidas las mías, eran anónimas. Porque aunque el grupo político no tenía fuerza (votos) real, y seguramente no preocupaba lo más mínimo lo que se criticaba en ella, había bastante ironía, incluso alguna demagogia de esa que a veces parece necesaria para tratar de denunciar desde abajo algunas cosas, y eso podía molestar a alguno de nuestros prohombres y promujeres y causarnos algunas inconveniencias.

Hice la maqueta de los tres últimos números que se publicaron (Nºs. 6, 7 y 8), sin mucho estilismo editorial, y las portadas, contraportadas y la maqueta de algunas página interiores del resto (no hubo número 3), aportando  fotos e ilustraciones a artículos diversos, entre otras cosas. Las pongo más abajo.

Para acceder a las revista completas (Números 6, 7 y 8) haced clic en las portadas que aparecen a continuación. Enlazará con el documento completo de cada número en Issuu.



CALAMARÍ Nº 8

Portada Calamarí Nº 8




CALAMARÍ Nº 7

Portada Calamarí Nº 7



CALAMARÍ Nº 6

Portada Calamarí Nº 6




Los números anteriores no los maqueté yo, por lo que no dispongo del documento completo para enlazarlo. A continuación aparecen las portadas y algunas ilustraciones que realicé para los mismos.



Moisés Ruiz Cantero. 2002. Portada Calamarí  Nº 5.

BARREIRO Y EL CAOS

No lo digo yo. Fue Lord Kelvin. Todo el esfuerzo del género humano por poner orden en el Universo está abocado de antemano al fracaso. Sólo retrasa un milisegundo, en el lento transcurrir de los evos, el desastre, la total degradación, la muerte. Lo inefable es inevitable. Cuando algo se abandona a su suerte lo ocupa la selva. Es el segundo mandamiento de la Termodinámica y contra esto no hay tu tía.

 Y toda la energía que derrochamos en ordenar el barullo, vano intento, se desperdicia cuando, además, quien ha asumido esa responsabilidad ha ascendido en la jerarquía hasta alcanzar su nivel de incompetencia (ya lo dijo Peter). Entonces se convierte en catalizador del caos, en agente infiltrado del desorden cósmico, en pope alocado del Gran Tiberio.

Por favor, que alguien detenga a Pilar Barreiro. Es un topo de la Agencia Universal de la Entropía. Si el aleteo de una mariposa en Nueva Zelanda puede provocar un terremoto en Almería, ¿qué no podrá doña P de un taconazo? No sé si da más miedo que tome alguna decisión o que siga “off side”, con la “troupe” circense de voluntaristas incompetentes que dirige en el consistorio campando por sus respetos. Mejor que dedicara sus esfuerzos a mantener limpias las calles de Cartagena, que buena falta les hace. Con una escoba, por ejemplo.

Prometieron soluciones y nos han dados disoluciones. Y desilusiones. Son un cáncer para Cartagena. Otro. No es el suyo un partido popular: es un partido porcular. ¿Qué se les caerá antes: la cara de vergüenza o el Ayuntamiento? Se admiten apuestas.


(La mayoría de los textos que me llegaban para ilustrar eran, por las razones que he escrito arriba, apócrifos).



Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Portada nº 4.

SELLADO CON UN BESO


El 12 de julio fue el aniversario del Cantón. Demasiado tiempo,128 años, para que la gente, al ritmo que va el siglo y con la inflación mediática que padecemos, se interese por aquel episodio perdido en un recodo de la Historia, que quizá no hubiera debido ocurrir, pero ocurrió; y demasiado poco para que desaparezca del inconsciente colectivo cartagenero el miedo atávico a la represión por proclamarnos abiertamente libres, cosmopolitas, mediterráneos y rebeldes porque el mundo nos hizo así. Y por querer recuperar el lugar en la Historia de España del que fuimos apeados de una patada en 1833 merced a la repartición interesada del mapa que planeó D. Javier de Burgos, insigne murciano de pro.

En Cartagena tenemos una suerte y una desgracia. Y ambas son la misma: ser como somos por estar donde estamos y haber sido lo que fuimos. Nuestra gran suerte, ocupar un lugar soleado en un rincón estratégico del mar Mediterráneo, nos llevó, durante siglos, a ser visitados, conquistados, destruidos, saqueados y bombardeados por todas las grandes culturas que en uno u otro momento asomaron la nariz por la bocana del puerto y olieron lo importante que podría ser este lugar para controlar la franja de poniente del “mar nuestro”. Y han pasado los años y sus despojos son ahora nuestro tesoro. Nuestro tesoro enterrado que tan difícil es desenterrar. ¡Manda huevos! Y sobre sus sedimentos sigue luciendo el sol a pesar de los pesares y los matas y pilares de turno con los que la democracia nos ha castigado a los cartageneros.

Se equivocaron nuestros bisabuelos cantonales al pedir la provincia a cañonazos: aquellos centralistas sólo dejaron en Cartagena 27 casas en pie. Un siglo y medio después, el escenario apenas ha cambiado: en el casco antiguo sólo unas pocas casas aguantan en pie los trapicheos y las amenazas de los nuevos centralistas de turno y sus amos para que Cartagena no levante cabeza. Y por si aquella losa de hormigón que sepultó la idea sembrada con sangre en el verano de 1873 no fuera suficiente para acallar los débiles rebrotes provincialistas que surgen de vez en cuando entre sus resquicios, otra nueva pretende sellar definitivamente esa razonable y respetable ambición cartagenera. Una nueva losa mucho más dura que el hormigón pero suave como el terciopelo, como una caricia: dos años hace que nuestros dos partidos hegemónicos, en una exquisita interpretación de hipocresía, se proclamaron provincialistas convencidos y en un pacto de no agresión sellaron con un beso la muerte de esa idea. La provincia ha muerto, pensaron, viva la provincia.

Se equivocaron nuestros bisabuelos cantonales por pedir la provincia a cañonazos. Nos equivocamos con reclamarla de rodillas. La provincia ni se mendiga ni se conquista: se negocia. Y para negociar con garantías hay que hacerlo con fuerza. Y la fuerza de Cartagena está enterrada y amenazada por la losa de hormigón a un palmo bajo nuestros pies y en el puerto empantanado de Mr. Adrián y en el sol que dora los melones segregacionistas del campo y en las alucinantes fortalezas y castillos abandonados de la mano de dios. Cuando nos ocupemos de verdad de ésto, obtendremos la fuerza, y cuando la fuerza nos acompañe tendemos la provincia, aunque para entonces no nos hará falta. 




Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Portada Nº 2.



Moisés Ruiz Cantero. 2000. Calamarí. Portada Nº 1.



Moisés Ruiz Cantero. 2002. Calamarí. Contraportada Nº 5. 



Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Contraportada Nº 4.


Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Contraportada Nº 2.


Moisés Ruiz Cantero. 2000. Calamarí. Contraportada Nº 1.


Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Ilustración, para el número 4.

Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Ilustración, para el número 7.



Moisés Ruiz Cantero. 2001. Calamarí. Ilustración para la cita, en el número 4 de Calamarí, del artículo "Haz algo, Marías" de Arturo Pérez Reverte, publicado en El Semanal de La Verdad (8 julio 2001), en el que hablaba de Cartagena.


Moisés Ruiz Cantero. 2002. Calamarí. Ilustración para el artículo "La décimocuarta guerra púnica". Calamarí Nº 2.
( publicado previamente en El Noticiero. Octubre 1998 )
                            

                                          LA DECIMOCUARTA GUERRA PUNICA
                                                     (Paisaje después de la batalla)  
  
    Sras y Sres:

    Qarthadast está herida de muerte. Y se muere. Ya está muerta. Estamos asistiendo durante los últimos años a la triunfal  puesta en escena de un  plan preconcebido para su abandono total, su desertificación, su ruina, cuando no para la transformación de su valioso centro histórico en un escenario de papanatas para un peplum de tercera. Y están a punto de conseguirlo. Cada dos por tres llenan las páginas de los periódicos de declaraciones triunfalistas, con lluvia de millones sobre la “ciudad nueva” y acto seguido tiran casas, o plantan farolas, y convierten el casco histórico, con un tesoro incalculable a sólo un palmo bajo el suelo, en un erial sobre el que planea amenazante e imparable el buitre carroñero de la losa de hormigón, frustrante y especuladora, o la megalómana y afectada evocación del pais de Braquilandia. Respondiendo a unos intereses como mínimo bastardos, y ante la mirada impávida cuando no interesada de las autoridades a las que votamos (y a los cuatro años de vacaciones y prisas de última hora, botamos), se está estrangulando a Cartagena con un estudiado plan de exterminio como no se conoce desde los tiempos de Sisebuto. Y la gente huye despavorida del centro, del desierto, del basurero, a llenar los bolsillos y los chalecitos adosados con jardín y paddle cercano que los amos de Cartagena les construyen extramuros mientras compran  a precio de saldo la ruinas  preñadas de historia a la espera de tiempos menos susceptibles  a tanta “piedra vieja” y autoridades más “flexibles” todavía a sus sobres y hormigoneras.

    Caminar por Cartagena a ciertas horas, a casi todas las horas, es hacer un recorrido escatológico lleno de zombis, tullidos, excrementos, y de algún reflejo afilado en la oscuridad. Sólo durante la Semana Santa se alegran un poco las calles. Todo el trajín que se genera en la ciudad supone un respiro para el abandonado casco antiguo. Y ahora nos llegan los de la Federación de Cartagineses y Romanos llenándose la boca de “ambiciosos planes para llenar de vida  el casco histórico”  y acto seguido plantan el campamento en las afueras y vuelven, sin querer pero sin tener lo que hace falta para ponerle remedio, que no es más que imaginación y un par de huevos, a darle otra vuelta de tuerca a la conversión de Cartagena en una ciudad fantasmal. ¿Imaginan las procesiones dando vueltas sin parar a Pryca?. ¿Porqué no imaginar entonces el campamento festero en Cartagena, dentro de Cartagena, ocupando sus calles, sus plazas, sus rincones, donde además de las funciones de teatro, (bastante peñazos, por cierto), los humos, los velos de las bailarinas de allí pacá y de aquí pallá, y los guiones infumables  (Bodas: “...¡oh, sagrada fragua de ardiente fluido, oh, dulce y grato sacramento anunciado al firmamento!!..”), o de un humor autocomplaciente y chabacano (Senado:  “... pues que te den por el ano, que siempre manda el que gana") con los que flipa el personal (aunque cada vez menos), pudiéramos salir a cenar tranquilamente y a dar un paseo por la ciudad, o a tomar una copa en los locales acondicionados para aguantar 140 db. sin molestar a nadie y adornados para la ocasión, que ahora echan el cierre. O unas morcillas en cualquier plaza...?. Eso sí sería una ciudad en fiestas y no el pasacalles fugaz y cansado con el que “obsequian” al casco antiguo el último día y a última hora para acallar sus conciencias y las voces que reclaman unas fiestas para Cartagena  aunque no les interesen a  ningún turista  del mundo.

   Las fiestas de Cartagineses y Romanos son, quizá, lo mejor que le ha ocurrido a la ciudad en los últimos años. Han demostrado, entre otras cosas, lo que un pueblo vital y nada abúlico, como desde la capital del reino de la Mursiya (¿Morcilla?) se nos etiqueta, es capaz  de conseguir cuando se ilusiona con un proyecto que rescata valores del pasado y le hace sentirse orgulloso de su historia. Como dirían algunos, las “vibraciones”  que nos llegan desde esa historia enterrada a tan solo quince centímetros bajo nuestros pies, esa “fuerza que nos acompaña” y que algunos  todavía se obstinan  en mantener enterrada bajo losas sepulturales de hormigón para siempre jamás, o en construir sobre ellas cientos de casa cuando hay alrededor cientos de casas vacías, y otros demoran y demoran su puesta en valor y chupan y chupan su caramelo poco a poco para que no se les acabe nunca, o despilfarran los magros presupuestos con una absoluta falta de criterio y de prioridades en propuestas que defienden a cabezonadas, esa fuerza, que junto al sol que hace crecer los melones en el  campo y la estupenda bahía muerta de risa y de imposturas es la tríada capitolina de nuestro presente y nuestro futuro, debemos administrarla sabiamente para que todo ese esfuerzo no se malogre.

    Porque, cuidado, las fiestas aun no están consolidadas, y aunque a muchos les parezca lo contrario, creo que lo están aún menos después del hazmerreir de las trasmisiones por televisión de este año (*) que pueden mandar al garete el gran esfuerzo de tanta gente por la ligereza de una realización impresentable en manos de un “infiltrado”  y de un guión y unos comentaristas tan voluntariosos como prosopopéyicos y cargantes. No pueden, en definitiva, consolidarse unas fiestas que dan la espalda a su ciudad, vacía y siniestra  durante todos esos días, y tan lejana al meollo de la cuestión, el campamento, lo mejor de las fiestas, y también lo peor, lo que puede acabar con ellas, con las guerras púnicas. Como yo las quiero mucho y las sigo desde el principio, voy a permitirme pensar en voz alta y lanzar algunas ideas:

-- El campamento, dentro de las murallas. Una recreación de la muralla púnica que cruza la Subida de S. Diego a continuación de los restos auténticos da entrada al recinto de las fiestas. El último día hay que tirarla. Igual que durante la Semana Santa, el casco histórico se convierte en un lugar de encuentro. Tropas y legiones ocupan con sus chiringuitos las plazas y solares tan abundantes en nuestra ciudad. (Sin duda los vecinos agradecerán un poco de tumulto al angustioso sonido del silencio habitual). Los transnochadores y amantes del decibelio tienen a su disposición múltiples locales, acondicionados y cerrados hasta ahora, y otros muchos que han surgido. (Las fiestas serían otra cosa, y a lo mejor no funcionaban, pero creo que siempre sería mejor arrepentirse de haberlo intentado que no hacerlo. Siempre nos quedaría París, o sea, Pryca-Olivo´s Historic Site, no obstante).

-- ¿Porqué siempre ganan los romanos?. Ya sé. Son unas fiestas históricas, pero son sobre todo unas fiestas. No seamos más papistas que el Papa. La batalla de Qarthadast, uno de los actos más insulsos de la fiesta, debe cambiar por completo. Reconozco que no sé como, pero debe ser un día de juerga en el que participe toda la población. ¿Qué hubiera pasado si Aníbal no se hubiera dejado seducir por las delicias de Capua y hubiera conquistado Roma y embarcado sus elefantes para socorrer a Qarthadast?. Que ganen los romanos si logran saltar las murallas y si no, que no ganen. La imaginación al poder. Menos actuación y más retozón.

-- Semana cultural.  Brilla por su ausencia y debe ser el complemento de cualquier fiesta que se precie. Un Festival de Cine Histórico, una Semana de Teatro Clásico, un premio importante para investigadores sobre los distintos aspectos de la 2º Guerra Púnica, ciclos de conferencias, etc. Los colectivos culturales están "off-side".

--  Más vale una buena imagen. Los abundantes cortes televisivos y los materiales promocionales podrían haber sido mucho más eficaces si se hubiera escogido mejor las imágenes. Haberlas, háylas, y muchas, y buenos publicistas, también, aunque pocos. Sobre las trasmisiones en directo, mejor no hablar. (*)

--Y de los desfiles, ¿qué?. Pues más madera, más música y más borrachera. Esto no es la Semana Santa, festeros. Y aunque los cartagineses estéis muy tristes después de catorce guerras púnicas perdidas, perdón, trece, a lo mejor ganáis la próxima, quién sabe. Mandad a Himilce a Capua a que le cante una milonga a Aníbal. Y la próxima guerra, que la gane el mejor. 
                                     
Moisés Ruiz.                                                                                       





Y algunas postales que editó CCSE.
(La imagen de la primera, una diapositiva de los 80 o principios de los 90, la está utilizando actualmente -Octubre de 2011-, en la versión a color, Puerto de Culturas -una empresa privada-, en un gran cartelón publicitario que ha colocado hace algunos meses en la fachada del Museo de Arqueología Subacuática. La diapositiva fue adquirida por el Ayuntamiento -Concejalía de Turismo- hace tiempo para sus folletos, publicidad, etc... y, supongo, que la ha cedido a esa empresa -privada-, que la utiliza a discreción. Y no es la primera vez, ya han hecho lo mismo con alguna otra. Aquí puede haber tema, creo).
























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Fotografías: © Moisés Ruiz Cantero.





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