La mirada de Aníbal




Es un recorrido por los principales lugares de la segunda Guerra Púnica siguiendo los pasos del ejército de Aníbal, desde la partida de Cartagena (campos de batalla, hitos durante el itinerario - como el paso de los Alpes o del Ródano -, asedio de ciudades italianas, lugares de invernada, Capua, Cabo Lacinion, etc...) hasta Zama, contraponiendo las imágenes actuales con las que proyectan los textos de algunos de los historiadores clásicos que escribieron sobre ella (Polibio, Tito Livio y, sobre todo, Silio Itálico, por el tono "épico" de su libro "La Guerra Púnica"). No lo he terminado aún, pero está bastante avanzado, y pretende formar parte de un proyecto más amplio sobre la figura de Aníbal, con el propósito de reivindicarlo de alguna manera como héroe local, ya que, aunque nació en Cartago, o quizás en Sicilia, pasó gran parte de su juventud en Cartagena, aquí planificó seguramente la conquista de Roma y partió con su ejército de 70.000 hombres y 37 elefantes hacia Italia.
La figura de Aníbal me ha interesado siempre, y cuando pienso en esa gesta por la que ha pasado a la Historia, la segunda guerra Púnica, las imágenes que me sugiere son de formato panorámico, de largas filas en marcha o preparadas para la batalla, por eso las fotos de la colección son trípticos muy alargados. Esperé a terminar (aunque aún no lo esté) el proyecto sobre las Cartagenas del mundo para empezar éste, pero la idea de Aníbal es anterior (a Rosa y Bleda no los conocía, lo juro por San Zeus, aunque sí tenía en mente las imágenes de la guerra de Secesión americana, de Alexander Gardner, Timothy O´Sullivan y otros, los llamados fotógrafos pioneros, aquellos profesionales que trabajaron para las empresas que tendieron el ferrocarril hacia el oeste en los Estados Unidos: mis fotógrafos favoritos). Desde 2002 visito, cuando puedo, lugares relacionados con el tema anibálico. En fin, ya veremos. Como dicen que dijo él: “Inveniemus viam, aut faciemus” (Encontraremos el camino, y si no, lo construiremos).
Pongo algunas (pocas) imágenes:



Moisés Ruiz Cantero. La mirada de Aníbal. Cannas.

Cannas, 2 de agosto de 216 adC.

(...) En torno a la inminente batalla una vez que las sombras fueron poco a poco desvaneciéndose, la noche, cómplice del crimen, dio paso a la Aurora de color de rosa. El caudillo libio llamó a las armas a los suyos, a las armas llamó a los suyos el romano, según la costumbre; para los cartagineses nacía un día como no habría de aparecer ningún otro en todos los siglos: "No hace falta -señaló Aníbal- estimularos con palabras a vosotros, que habéis marchado victoriosos desde las columnas de Hércules hasta los campos de Yapigia (Apulia); la animosa Sagunto ya no existe, los Alpes se inclinaron a nuestro paso, y el mismísimo padre de las aguas ausonias (italianas), el soberbio Erídano (Po), fluye ahora sobre cauce cautivo (Tesino). El Trebia está oculto bajo montones de cadáveres, el cuerpo de Flaminio está enterrado en tierra Lidia (Etruria) y huesos de romanos brillan en unos campos que el arado ya no surca. Un éxito todavía mayor nos aguarda, nace un día que ha de traer aún más derramamiento de sangre. ¡Suficiente recompensa es para mí la gloria del combate, y aún más que suficiente! ¡Que el resto sea triunfo vuestro! (...) Y que no os engañe ni el Gargano (monte de Apulia) ni la tierra de Dauno (antiguo rey de Apulia), os halláis ante las murallas de Roma. Por muy apartada y lejana que esté la ciudad, por muy distante que esté de esta batalla, hoy va a sucumbir, y ya no te llamaré nunca más, guerrero, a combatir; desde esta posición, dirige tu camino hacia el Capitolio". 

Eso dijo. Entonces, tras echar abajo las defensas de la empalizada, salvaron el obstáculo de los fosos y, teniendo en cuenta la naturaleza del terreno, dispuso los ejércitos a lo largo de la curva que describían las orillas. En el flanco izquierdo se situaron para el combate los bárbaros guerreros nasamones y, con ellos, los marmáridas con su enorme estatura; a continuación los terribles mauros, los garamantes, los macas, los escuadrones masilios y también los adirmáquidas, pueblo que vive feliz en medio de las armas y que habita junto al Nilo, con su piel ennegrecida por el excesivo calor de Febo. A la cabeza de estos ejércitos llevaba el mando Maharbal. 

El ala derecha, allí donde el Áufido (Ofanto) tuerce su cauce y recorre las orillas con su sinuosa corriente, obedece a Magón. A su mando, llenando los márgenes del río de una confusa algarabía, se sitúan las tropas ligeras enviadas desde los accidentados Pirineos; brillan a lo lejos las cetras de estos guerreros. Los cántabros marchan delante, junto a los vascones con las sienes desprotegidas, los baleares que entran en combate haciendo girar sus bolas de plomo y, por último, los nacidos a la orilla del Betis. Destacado, el propio Aníbal contenía las tropas del centro, que había reforzado con efectivos de su patria y fuerzas celtas que tantas veces se habían bañado en el Erídano. Sin embargo, por donde el río apartaba sus aguas y retrocedía sin ofrecer protección alguna a los soldados dispuestos en cuña, una bestia llevaba inmensas torres y fortificaciones sobre su negro dorso y se mecía a la manera de una empalizada móvil, elevando hasta el cielo sus erguidos muros. El resto lo ocupaban los númidas, que merodeaban aquí y allá y realizaban incursiones para enardecer todo el campo 

(...) Alegre en sus pálidas aguas, el Barquero dejaba espacio para las sombras que pronto habrían de llegar.

Silio Itálico. La Guerra Púnica (IX,180).






Moisés Ruiz Cantero. La mirada de Aníbal. Cabo Lacinion.

Cabo Lacinion (Cabo Colonna, Crotona, Calabria, Italia). Año 203 adC.

(...) Y, sin pausa, parte una nave que surca las saladas aguas llevando a unos enviados que hicieran a Aníbal retornar a su patria y llevaran el mensaje de que, si se retrasaba, no vería ciudadela alguna en Cartago. La cuarta Aurora había llevado la nave hasta las costas de Dauno (Italia), y horribles pesadillas perturbaban el sueño del caudillo. En efecto, cuando, agobiado por sus zozobras, se hallaba disfrutando del reposo de la noche, creyó ver a Flaminio y a Graco, y creyó ver a Paulo. Todos se abalanzaban contra él espada en mano y lo expulsaban de suelo itálico. Y todo el ejército de las sombras de Cannas y de las aguas del Trasimeno avanzaba y lo empujaba hacia el mar. Él mismo deseaba huir, pretendía escapar hacia los Alpes que tan bien conocía y se agarraba al suelo latino estrechándolo entre ambos brazos, hasta que una fuerza terrorífica lo arrastraba a alta mar y lo entregaba a las impetuosas tormentas para que se lo llevaran.

Turbado aún por aquella visión, llegan los legados con su mensaje y le confiesan el extremo peligro de su patria (...) Él escuchó con la cabeza baja y la mirada torva, y, en silencio, reflexionaba con malsana preocupación, preguntándose si realmente Cartago valía tanto. Luego habló de esta manera: "¡Oh, terrible perdición de los mortales! ¡Oh, envidia, que jamás permites que nada crezca ni que destaquen las grandes hazañas! Ya hace tiempo que pude haber devastado Roma, destruirla y arrasarla, llevarme a su pueblo cautivo como esclavos, las armas y el envío de nuevos reclutas que renovaran mis tropas exhaustas de tantos éxitos; como Hannón creyó conveniente robar el trigo y los víveres a mis cohortes, ahora África entera está cubierta de llamas, y las lanzas reteas golpean las puertas agenóreas. Ahora la gloria de la patria, ahora, el único refugio de la patria es Aníbal, ahora mi brazo es la postrera esperanza. Que las enseñas den media vuelta, como han decretado los senadores, y así salvaremos al mismo tiempo los muros de nuestra patria y a ti, Hannón".

Después de estallar con tales palabras, mandó zarpar sus altas naves de la costa y, con profuso llanto, confió su flota al mar. 

Silio Itálico. La Guerra Púnica (XVII, 154).





Moisés Ruiz Cantero. La mirada de Aníbal. Zama1.


Zama, 203 adC.

En tanto que el Omnipotente determinaba el destino de la ciudad y de su general, los ejércitos entablan la lucha y, con sus gritos, hieren las estrellas. Nunca vio la tierra enfrentarse a dos pueblos tan poderosos ni a jefes tan grandes al mando de los ejércitos de sus patrias. Enorme era la recompensa que estaba en juego: todo cuanto cubre la bóveda del cielo. Avanzaba el jege agenóreo (Aníbal) resplandeciente de púrpura, y su erguida cabeza se elevaba aún más con el rojo penacho de plumas bamboleándose. Le precedía el terror inhumano que provocaba su ilustre nombre, su reluciente espada era bien conocida en el Lacio.

Enfrente, relumbraba Escipión con su fulgurante manto escarlata, exhibiendo su terrible escudo en el que había hecho grabar juntas la efigie de su padre y de su tío alentando feroces combates. Su altiva frente exhalaba una enorme llama.

(...) Tembló el aire con el súbito lanzamiento de vibrantes jabalinas que desplegaron por el cielo una horrible nube. Se entabla luego el combate a espada, se lucha cuerpo a cuerpo: arden las miradas con una monstruosa llama. Todos aquellos que, despreciando el peligro, arremeten de frente contra los primeros proyectiles, caen abatidos. Mal de su grado, la tierra bebe la sangre de los suyos.

Silio Itálico. La Guerra Púnica (XVII, 385).





Moisés Ruiz Cantero. La mirada de Aníbal. Zama2.


Zama, 203 adC.

Al fin, la reina Juno detuvo al agotado general sobre un montículo cercano, desde donde se observaba todo el panorama y se ofrecía a la vista el efecto de aquella funesta contienda. Así como antes había divisado la llanura de Gargano (Apulia), las marismas del Trebia, el lago tirreno o el río de Faetón (Po) desbordado por la mortandad de guerreros, ahora se le ofrecía, lamentable de ver, el terrible aspecto de sus abatidos hombres. En ese momento Juno, conturbada, volvió a la morada suprema.

Acechaban ya los enemigos y se llegaban hasta el montículo, cuando el cartaginés se dijo a sí mismo: "Aunque se descomponga la bóveda del cielo y caiga sobre mi cabeza, aunque la tierra se abra, nunca jamás podrás borrar, Júpiter, el recuerdo de Cannas, y, antes tendrás que abandonar tu reino, que las naciones callen el nombre y las acciones de Aníbal. En cuanto a ti, Roma, aún no te has librado de mí. Sobreviviré a mi patria y viviré con la esperanza de declararte la guerra. Pues sólo has ganado una batalla y tus enemigos aún subsisten. A mí me basta y me sobra con que las matronas dardanias y la tierra de Italia teman mi regreso mientras siga vivo, y no conozcan la paz en sus corazones". Salió luego corriendo junto a unos pocos que huían y retrocedió hasta los empinados montes en busca de un refugio seguro.

Silio Itálico. La Guerra Púnica (XVII, 597).





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Fotografías: © Moisés Ruiz Cantero.


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